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Este blog está destinado al alumnado de la Sección Bilingüe de español del Instituto Fazekas Mihály de Debrecen

Música en español

domingo, 6 de junio de 2010

Silencios que lo dicen todo

Aquí os dejo el cuento escrito por vuestra compañera Anna Illyes de 10B, ganadora del primer premio de su categoría (10 y 11) y que fue premiada con un viaje a Sevilla de dos semanas para seguir estudiando español.

Silencios que lo dicen todo

En el salón un hombre estaba de pie y miraba en silencio por la ventana, admirando la nevada. Veía las colinas cubiertas de nieve y pensaba que ese año la Nochebuena seguramente sería especial. En la otra habitación una niña exultaba y reía a carcajadas. El padre empezó a sonreír cuando las carcajadas se oían más cerca. La niña se acercó a su padre, él la abrazó y admiraron juntos aquel milagro del invierno.

-¡Papá! Vamos al jardín a hacer un muñeco de nieve-dijo la niña. Pero el padre no le contestó. No quería estropear su felicidad absoluta. Este día, el día de Nochebuena también tenía que trabajar. Prefería quedarse con su hija para que jugaran todo el día y disfrutaran juntos de la belleza de la nieve. Pero la gente tiene obligaciones de las que no se puede escapar. Ni siquiera durante las fiestas. Y eso él lo sabía muy bien. Era una persona ocupada, trabajaba de sol a sol y por esta razón podía pasar poco tiempo con su familia. Algo de lo que se avergonzaba muchísimo. Se inclinó hacia su hija, acarició su cara y le dijo:

-Ahora no tengo tiempo para ayudarte a hacer un muñeco de nieve pero no te preocupes, por suerte la nieve no se va corriendo y lo que es más: por la tarde la nieve será más bonita cuando las farolas la iluminen.

-Tal vez tengas razón, papá -contestó la niña sonriendo y volvió a su habitación.

El hombre iba hacia la cocina donde su esposa estaba sentada a la mesa con una taza de café en las manos. Delante de ella había un periódico y parecía que aún no lo había leído. Visiblemente se sumió en sus pensamientos. Su esposo se acercó a ella y le susurró al oído:

-¡Buenos días, cariño!

La mujer se estremeció y esbozó una sonrisa.

-Gracias-le contestó en voz baja.

-Lamento haberte asustado. Pareces un poco nerviosa. ¿Qué te pasa?

-No me has asustado -dijo la mujer y frunció las cejas-Es que, tengo mucho que hacer hoy.

-No te preocupes. Me llevaré a la niña y así tú podrás prepararte sin que te molestemos.

Parecía que la mujer se había tranquilizado. Tomó su café y fregó la taza. Después dio unos pasos hacia la puerta, esperó que su hija se pusiera las botas, el abrigo y la abrazó. Se despidió de su esposo también. Luego fue a la ventana y vio como su hija cogía la mano de su padre y al final de la calle giraban a la izquierda hacia la casa de la abuela. Se le saltaron las lágrimas y durante unos minutos solo admiró la calle vacía y las pisadas pequeñas en la nieve que había dejado su hija hacía unos minutos.

Pero inesperadamente fue deprisa a su habitación, sacó su maleta de debajo de la cama y la llevó a la puerta. Suspiró. Fue a la cocina, recogió el periódico que había dejado en la mesa y puso en su lugar una carta. Su mano temblaba cuando escribió el nombre de su esposo en el reverso del sobre. Cogió la carta, la deslizó en el sobre y la puso sobre el estante de su esposo. En el baño se lavó la cara, se peinó pero en el espejo vio a una mujer insegura. Al salir del baño apagó la luz, por último miró a su alrededor y abandonó la casa. Cogió su maleta, subió a un taxi, dio un suspiró y no miró hacia atrás.

El padre miró su reloj, ya era mediodía. Arregló todo en su escritorio y salió de la oficina. La ciudad estaba casi vacía, no había coches ni peatones por las calles. Recogió a su hija que ya lo estaba esperando con ansia y fueron juntos a casa. Abrieron la puerta y encontraron la casa vacía. La niña miró en todos los cuartos pero su madre no permanecía en ninguno de ellos. Fue a la habitación de sus padres y vio a su padre sentado en la cama leyendo una carta. El hombre bajó la cabeza y la carta se cayó al suelo. La voz alegre de su hija parecía muy lejana. Dio un suspiro.- ¿Qué voy a hacer ahora y qué voy a decir a mi hija sobre dónde se ha ido su madre? –pensaba. Pero su hija no le dejó lamentarse de lo ocurrido, entró inesperadamente por la puerta de la habitación y le dijo:

-Mira por la ventana, papá. Ya casi se ha hecho de noche. Vamos a hacer un muñeco de nieve como me habías prometido esta mañana-dijo casi gritando.

Cogió la mano de su padre y lo dirigió hacia la puerta. Parecía que por lo menos ella estaba contenta. Antes de que salieran, el padre puso tres velas pequeñas y una caja de cerillas rápido en el bolsillo de su abrigo.

-Las estrellas son tan maravillosas-dijo la niña señalando con el dedo al cielo.

El padre levantó los ojos al cielo y luego miró hacia abajo. Las estrellas iluminaron la nieve. Miró a su hija cuyos ojos brillaban de alegría y miró hacia las casas de los vecinos. La luz estaba encendida en todos los lugares y detrás de las cortinas se veían las sombras de las personas.

-Tengo una pequeña sorpresa para ti-dijo el padre a su hija curiosa y se acercaron a un pino no muy grande en el jardín. El padre sacó las velas de su bolsillo, las encendió y las puso sobre las ramas de la planta. En los ojos de la niña se podía ver las pequeñas luces redondas que irradiaban las velas.

-En mi vida había visto algo tan maravilloso pero no me habías dicho que habría otra sorpresa especial -dijo la niña sonriendo a su madre que estaba detrás de su padre. Miró a los ojos de su esposa y ambos sintieron que ya todas las palabras eran innecesarias. Se cogieron las manos y siguieron mirando el pino iluminado.

Anna Illyes, 10B

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